Se puede intentar toda una flama, pero no es más que tratar.
Le puede decir a su propio oído una frase que no existe,
puede escribir en todas las paredes por donde camine, uno o dos finales posibles,
o incluso puede tener otras manos que le hagan sentir que no fue abandonado.
Pero como ya fuimos parte de aquello,
no habra un instante, o al menos un día a la semana,
o una puta hora al año,
en el que un cuaderno te haga secarte,
una fecha te recuerde la profundidad del rojo,
el sabor de un mango te obligue a decir que no,
que la sangre te deje de mirar,
o que veas hasta en el reflejo de un árbol la imagen de un ser aberrante.
Es agradable sentir la seguridad de ese asco propio.
Haber perdido la sensación de globo en la cabeza no interesa,
de todos modos era inadecuada, pues pensaba en la familia.
Quizás nunca gane,
pero sólo será porque exista un plan que no se me haya advertido.
Confío en que no seré la que pierda más gramos, y al menos,
si se me caen un par de techos, tendré absoluta inmunidad.
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